09 Apr
09Apr

A la piel de mi espíritu, que quiso ser obsequiado con el desdén del afecto, y flaqueó. 

Joyas centelleantes como perlas azules se mezclan en el difunto corazón de mi aterciopelada y desfallecida alma, antes llena de frondosos caudales que hacían florecer los más altos rosales. 

En el cráneo del hastío fue hallada la felonía de quienes aventajan sus costillas a tierra protegida.

Bajo el inocente velo de la inculpabilidad dardeaba la aflicción cual ilustre obra magistral.

¿Acaso no era el vivir libremente mis sentimientos lo que se me había delegado?

En la madrugada, el cadáver de lo que un día fueron dos cuerpos abrazándose visita mis entrañas como pérfido roedor,

alimentándose de una sangre que palidece y derrama sobre el mármol negro de lo que era una fosa común.

Afligido ocaso el que aquel estrago encarnó.

¿Acaso agasajáis aquello que tanto dolor provoca?

¿Conseguiré la excarcelación que mis consumidas y enredadas grietas anhelan?

Si su querer mis manos bajo tierra esconden y allende lo sempiterno en mi garganta fluye,

¿Cuán glorioso habría de ser la magnitud del olvido?

Pues tajante se me niega la transigencia de tal amnesia pasional.

Mientras, el Tiempo es amortajado por la diafanidad de la soledad.

¿Qué tan desafortunada situación engendró la pérdida del yo?

Necio el argumento que alega el sepulcro absoluto de la memoria como forma única de supervivencia.

Volar y caer; caer y volar.

Amar y caer. 

¿Vivir para

amar?

Morir para

vivir.

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